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El calzado ha representado siempre un elemento muy importante en la historia de la humanidad. Hay muchos autores que atribuyen ventajas e inconvenientes del calzado según su forma, ya que un calzado inadecuado puede modificar e incluso agravar cualquier patología existente.

Un buen calzado, como norma general, debe respetar la longitud, amplitud y altura del pie, ya que de lo contrario puede provocar dolor en diferentes puntos del pie.

El calzado es de especial interés, ya que su diseño puede ocasionar traumatismos en la piel del pie, ampollas o cicatrices, que posteriormente pueden provocar alteraciones más importantes.

El exceso de presión en un punto determinado del pie puede ocasionar una hiperqueratosis (dureza), y si esta se forma en un punto óseo, puede formarse un heloma o callo. Estas patologías repercuten en la deambulación normal de la persona.

Como reflexión podríamos mencionar que los profesionales en podología podemos tratar las lesiones de nuestros pacientes y hacer un buen tratamiento ortopodológico (plantillas), siempre y cuando esté acompañado de un buen calzado, ya que en caso contrario, los resultados obtenidos no serán los esperados.

Debemos tener en cuenta que el calzado nos sirve para proteger el pie de las superficies duras, de una temperatura o un grado de humedad extremo, de golpes y de arañazos. A pesar de ello, muchas personas le dan más importancia a su valor estético que a sus objetivos funcionales.

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